Monday, March 26, 2012

Respiración artificial

Mi literatura favorita es la que trata sobre literatura. Cuando una se atreve, al fin, al decir esto (como quien lee un poema confesional en cualquier otro sótano delante del novio de la hermana mayor), al decir esto, los abogados defensores de la vida se le echan a una encima, cayéndole demandas que de lo más bonito que la acusan es o de pervertida o de solipsista. Pero fíjense que los casos más opuestos en el fondo no son tal: Whitman, que se bebía la vida a vientos, al final se cantaba a sí mismo. No sólo se dedicaba cantos sino que se cantaba, se creaba a sí mismo cantándose. Walt Whitman, el dandy de la épica, un dandy de proporciones bíblicas, un dandy superpoblado. Por otra parte, Ishmael va y dice que se embarca en el Pequod porque quiere ver el mundo. Pero qué mundo, zopenco, le dicen. Lo único que vas a ver es agua y más agua. Uno no se embarca hacia el mundo, uno se embarca zarpando, para alejarse más y más de la tierra. Y cuando pienso en la ingénua ansia de mundo de Ishmael no puedo dejar de acordarme del pirata de Espronceda (porque lo quiero como a un tío loco, pero podría acordarme de algunos otros), tan cabezón, tan personal que no puede estar con otras personas, de ideales tan fuertes que sólo se pueden mantener en el exilio, en la mar.
Y a qué venía todo esto. Ah sí. Mi literatura favorita es sobre literatura, y los aventureros que acabo de mencionar no escribían sobre la vida, sino que se empeñaban en tornar la vida en literatura. Y aquí le pongo velitas al patrón y cito, por enésima vez, que es la naturaleza la que imita al arte. Y si no me creen váyanse a la decadencia de la mentira. Mi literatura favorita es sobre literatura, y esto no me hace una pervertida (si lo soy, a saber las razones). Esto me puede hacer caníbal, vanidosa, gemela, palíndroma, travesti. Incluso probablemente sea el motivo de mi total falta de orientación espacial, pero, ¿pervertida? ¿Qué tendrá que ver? Porque si queremos entender al pervertido en el sentido vienés de la palabra, debemos entender que su deseo realiza un movimiento muy distinto al de la literatura que me gusta a mí. El deseo del pervertido sufre un desvío en el sentido literal de la palabra, el deseo del pervertido es un deseo oblicuo. Y recuerdo a Sontag, la última modernista, cuando dice que la pornografía no se fundamenta en la perversión; la pornografía es demasiado simple, demasiado directa (también mortalmente interesante, pero en otros aspectos). El placer oblicuo es el que nos dan las obras eróticas: la intermitencia de la carne en la media de rejilla, la mirada a través de la persiana. Pero de esto no trata la literatura sobre literatura. Este tipo de literatura no es un sueño erótico, sino una pesadilla incestuosa. Un incesto distópico, en una isla desierta, un intento desesperado de perpetuación. Y eso es lo que me produce infinita admiración: las agallas del acto. El mirarse a uno mismo desde el interior y ver dónde falla la máquina, dónde se encuentra el defecto de fábrica. Cuando yo me entero de cosas que le pasan a la gente, pero sobre todo cuando me entero de cosas que la gente hace en determinadas circunstancias, muchas veces pienso, madre mía, qué pedazo de escritor hubiese sido. Por ejemplo, he llegado a pensar que mi escritor favorito hubiese sido Leoniv Rogozov, el médico que se operó a sí mismo. Quizás Leoniv Rogozov hubiese escrito el hermano lejano y soviético de Respiración Artificial, de Ricardo Piglia, el libro sobre el que originalmente quería escribir este comentario. Y ahora que por fin iba a llegar a decir algo sobre él se me ocurre que quizás es suficiente. Tan sólo una cosa más: yo amo ese libro porque es por entero una digresión, una digresión indómita que se extravía hacia lo más oscuro. Y qué mejor manera puedo tener de homenajearlo que con una pequeña tangencia, un desvarío dislocado.

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