Thursday, May 10, 2012

El mensú etnógrafo

Ayer me releí el libro de cuentos Los desterrados (1926) del grande Horacio Quiroga. Qué libro más despiadado. Despiadado como la naturaleza y despiadado como el objetivo fotográfico. La orientación de "despiadado" que quiero resaltar aquí es no hacia lo cruel, sino hacia lo inhumano. El libro abre con "El regreso de Anaconda", extendiendo nuestra perspectiva más allá de lo humano como tradicionalmente se ha hecho, con la fábula. Si Anaconda es la humanización de lo animal, el resto del libro es todo lo contrario:a continuación vienen los "tipos", la tipología del hombre de Misiones, que no niega lazos con el retrato pintoresco, la literatura de costumbres, el estudio etnográfico. Pero este hombre es inhumano: este hombre es bestia, instrumento, paisaje, tormenta. Aquí un fragmento de Van-Houten, el hombre surtidor:

"Para una canoa los escollos descubiertos no ofrecen peligro alguno, aun de noche. Pueden ofrecerlo, en cambio, los bajofondos disimulados en la misma canal, pues ellos son por lo común cúspide de cerros a pico, a cuyo alrededor la profunda sima del agua no da fondo a setenta metros. Si la canoa encalla en alguna de esas cumbres sumergidas, no hay modo de arrancarla de allí; girará horas enteras sobre la proa o la popa, o más habitualmente sobre su mismo centro.

Por la extrema liviandad de mi canoa yo estaba apenas expuesto a este percance. Tranquilo, pues, descendía sobre las aguas negras, cuando un inusitado pestañear de faroles de viento hacia la playa de Itahú, llamó mi atención.

A tal hora de una noche lóbrega, el Alto Paraná, su bosque y su río son una sola mancha de tinta donde nada se ve. El remero se orienta por el pulso de la corriente en las palas; por la mayor densidad de las tinieblas al abordar las costas; por el cambio de temperatura del ambiente; por los remolinos y remansos; por una serie, en fin, de indicios casi indefinibles.

Abordé en consecuencia a la playa de Itahú, y guiado hasta el rancho de Van-Houten por los faroles que se dirigían allá, lo vi a él mismo, tendido de espaldas sobre el catre con el ojo más abierto y vidrioso de lo que se debía esperar.

Estaba muerto. Su pantalón y camisa goteando todavía, y la hinchazón de su vientre, delataban bien a las claras la causa de su muerte.

Paolo hacía los honores del accidente, relatándolo a todos los vecinos, conforme iban entrando. No variaba las expresiones ni los ademanes del caso, vuelto siempre hacia el difunto, como si lo tomara de testigo.

-Ah, usted vio -se dirigió a mí al verme entrar-. ¿Qué le había dicho yo siempre? Que se iba a ahogar con su canoa. Ahí lo tiene, duro. Desde esta mañana estaba duro, y quería todavía llevar una botella de caña. Yo le dije:

-Para mí, don Luis, que si usted lleva la caña va a fondear la cabeza en el río.

El me contestó:

-Fondear, eso no lo ha visto nadie hacer a Van-Houten... y el fondeo, bah, tanto da.

Y escupió. Usted sabe que siempre hablaba así, y se fue a la playa. Pero yo no tenía nada que ver con él, porque yo trabajo a un tanto. Así es que le dije:

-Hasta mañana, entonces, y deje la caña acá.

El me respondió:

-Lo que es la caña, no la dejo.

Y subió tambaleando en la canoa.

-Ahí está ahora, más duro que esta mañana. Romualdo el bizco y Josesinho lo trajeron hace un rato y lo dejaron en la playa, más hinchado que un barril. Lo encontraron en la piedra frente a Puerto Chuño. Allí estaba la guabiroba arrimada al islote, y a don Luis lo pescaron con la liña en diez brazas de fondo.

-Pero el accidente -lo interrumpí- ¿cómo fue?

-Yo no lo vi, Josesinho tampoco lo vio, pero lo oyó a don Luis, porque pasaba con Romualdo a poner el espinel en el otro lado. Don Luis gritaba, cantaba y hacía fuerza al mismo tiempo, y Josesinho conoció que había varado, y le gritó que no paleara de popa, porque en cuanto zafara la canoa, se iba a ir de lomo al agua. Después Josesinho y Romualdo oyeron el tumbo en el río, y sintieron a don Luis que hablaba como si tragara agua.

-Lo que es tragar agua... Véalo, tiene el cinto en la ingle, y eso que ahora está vacío. Pero cuando lo acostamos en la playa, echaba agua como un yacaré. Yo le pisaba la barriga, y a cada pisotón echaba un chorro alto por la boca.

-Hombre guapo para la piedra y duro para morir en la mina, lo era. Tomaba demasiado, es cierto, y yo puedo decirlo. Pero a él nunca le dije nada, porque usted sabe que yo trabajaba con él a un tanto...

Continué mi viaje. Desde el río en tinieblas vi brillar todavía por largo rato la ventana iluminada, tan baja que parecía parpadear sobre la misma agua. Después la instancia la apagó. Pero pasó un tiempo antes de que dejara de ver a Van-Houten tendido en la playa y convertido en un surtidor, bajo el pie de su socio que le pisaba el vientre."

-Horacio Quiroga, "Van-Houten", en Los desterrados.

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