Friday, March 30, 2012

Why I want to fuck Ronald Reagan

"Incidence of orgasms in fantasies of sexual intercourse with Ronald Reagan. Patients were provided with assembly kit photographs of sexual partners during intercourse. In each case Reagan's face was superimposed upon the original partner. Vaginal intercourse with 'Reagan' proved uniformly disappointing, producing orgasm in 2 per cent of subjects."

-J.G. Ballard, "Why I want to fuck Ronald Reagan".

Reauthenticate!

http://www.andywarholreauthenticationboard.info/

Mes semblables, mes soeurs

"The connections between and among women are the most feared, the most problematic, and the most potentially transforming force on the planet."
-Adrienne Rich


Back in teenagedom, she was the first one who taught me that female friendships are necessary beyond girlhood, that women can love other women and even love themselves as such. As intuitive as that may seem now, it was not. Before her, I thought that being female was a maladjusted adornment to my masculinely serious thinking. What a drag. In my perfect educational system everybody is given  "Of Woman Born" to read in middle school.This book gave me a discourse to express my diffuse frustration and unrecognized anger against normal motherhood and the atrocity of normal (male) Women's Health.


As much as I owe her, my problem with Adrienne Rich's feminism is that it is perhaps too wholesome, too coherent. However, I was rereading "Snapshots of a Daughter-in-Law" and the same three lines that years back struck me as oddly non-belonging are the ones that today fascinate me:


Dulce ridens, dulce loquens
she shaves her legs until they gleam 
like petrified mammooth-tusk.


The satyrical way in which she ridicules the sweet woman who obsessively shaves made me see another Adrienne Rich, less all-loving and more contradictory. She didn't love all womanhood, she only loved the womanhood that knew itself. She wanted the self-ignorant woman to pass away, to become extinct as a prehistorical animal: she dreamt of a time where the only place for exhibited women is the museum. 

Wednesday, March 28, 2012

metem[psycho]sis

I recently watched Psycho, yet again. Once more I forced myself to be a victim of the dirtiest trick that a narrator can play on an audience: to kill the main character in the middle of the story. In the past I assumed that this was just a sardonic experiment in narrative, but not this time. From the start the story is focailized through Marion Crane, and after her murder, the camera is freed from her perspective, it wanders around the room until it sets itself to inhabit Bates. Hitchcock is the great master of isomorphism: form always imitates content. Psycho is a film split in two characters to formally reflect Norman Bates -a host inhabited by two. And of course, he is the owner of a motel.

Monday, March 26, 2012

Respiración artificial

Mi literatura favorita es la que trata sobre literatura. Cuando una se atreve, al fin, al decir esto (como quien lee un poema confesional en cualquier otro sótano delante del novio de la hermana mayor), al decir esto, los abogados defensores de la vida se le echan a una encima, cayéndole demandas que de lo más bonito que la acusan es o de pervertida o de solipsista. Pero fíjense que los casos más opuestos en el fondo no son tal: Whitman, que se bebía la vida a vientos, al final se cantaba a sí mismo. No sólo se dedicaba cantos sino que se cantaba, se creaba a sí mismo cantándose. Walt Whitman, el dandy de la épica, un dandy de proporciones bíblicas, un dandy superpoblado. Por otra parte, Ishmael va y dice que se embarca en el Pequod porque quiere ver el mundo. Pero qué mundo, zopenco, le dicen. Lo único que vas a ver es agua y más agua. Uno no se embarca hacia el mundo, uno se embarca zarpando, para alejarse más y más de la tierra. Y cuando pienso en la ingénua ansia de mundo de Ishmael no puedo dejar de acordarme del pirata de Espronceda (porque lo quiero como a un tío loco, pero podría acordarme de algunos otros), tan cabezón, tan personal que no puede estar con otras personas, de ideales tan fuertes que sólo se pueden mantener en el exilio, en la mar.
Y a qué venía todo esto. Ah sí. Mi literatura favorita es sobre literatura, y los aventureros que acabo de mencionar no escribían sobre la vida, sino que se empeñaban en tornar la vida en literatura. Y aquí le pongo velitas al patrón y cito, por enésima vez, que es la naturaleza la que imita al arte. Y si no me creen váyanse a la decadencia de la mentira. Mi literatura favorita es sobre literatura, y esto no me hace una pervertida (si lo soy, a saber las razones). Esto me puede hacer caníbal, vanidosa, gemela, palíndroma, travesti. Incluso probablemente sea el motivo de mi total falta de orientación espacial, pero, ¿pervertida? ¿Qué tendrá que ver? Porque si queremos entender al pervertido en el sentido vienés de la palabra, debemos entender que su deseo realiza un movimiento muy distinto al de la literatura que me gusta a mí. El deseo del pervertido sufre un desvío en el sentido literal de la palabra, el deseo del pervertido es un deseo oblicuo. Y recuerdo a Sontag, la última modernista, cuando dice que la pornografía no se fundamenta en la perversión; la pornografía es demasiado simple, demasiado directa (también mortalmente interesante, pero en otros aspectos). El placer oblicuo es el que nos dan las obras eróticas: la intermitencia de la carne en la media de rejilla, la mirada a través de la persiana. Pero de esto no trata la literatura sobre literatura. Este tipo de literatura no es un sueño erótico, sino una pesadilla incestuosa. Un incesto distópico, en una isla desierta, un intento desesperado de perpetuación. Y eso es lo que me produce infinita admiración: las agallas del acto. El mirarse a uno mismo desde el interior y ver dónde falla la máquina, dónde se encuentra el defecto de fábrica. Cuando yo me entero de cosas que le pasan a la gente, pero sobre todo cuando me entero de cosas que la gente hace en determinadas circunstancias, muchas veces pienso, madre mía, qué pedazo de escritor hubiese sido. Por ejemplo, he llegado a pensar que mi escritor favorito hubiese sido Leoniv Rogozov, el médico que se operó a sí mismo. Quizás Leoniv Rogozov hubiese escrito el hermano lejano y soviético de Respiración Artificial, de Ricardo Piglia, el libro sobre el que originalmente quería escribir este comentario. Y ahora que por fin iba a llegar a decir algo sobre él se me ocurre que quizás es suficiente. Tan sólo una cosa más: yo amo ese libro porque es por entero una digresión, una digresión indómita que se extravía hacia lo más oscuro. Y qué mejor manera puedo tener de homenajearlo que con una pequeña tangencia, un desvarío dislocado.