Sunday, December 29, 2013

La gran belleza



La grande belleza (Paolo Sorrentini) abre con una cita del desbordante Viaje al fin de la noche de Céline. Viajar es muy útil porque nos pone la imaginación a trabajar, el resto es engaño y dolor. Nuestro viaje es completamente imaginario, y en ello reside su potencia. Así comienza una película cuyo recurso formal más recurrente es el travelling, que aparece con una frecuencia y una intensidad fatigante, y que corresponde a, entre otras muchas cosas, a la temática del turismo vital, de vivir la vida como un turista. Jep Gambardella, esteta y juerguista, tiene sesenta y cinco años y no ha salido de Roma en treinta años (ni ganas), pero vive con la intensidad de un corto viaje y con la frívola tansitoriedad de un visitante -acariciando todas las superficies con sus sentidos a la caza de un recuerdo o souvenir lo suficientemente hermoso como para traérselo de vuelta a una patria y una vida cotidiana de la que carece. Gambardella pertenece al club de Bartleby de Vila Matas, a la estirpe de los escritores del silencio: tras escribir una novela fulminante en su juventud no volvió a escribir. Su búsqueda de la belleza lo condujo a un hedonismo lujoso y festivo del que ha hecho su método y su ética, un placer que inesperadamente se le agota. Los planos suponen preguntas sobre la sensualidad y sus posibles transmutaciones. ¿Qué ocurre en el reverso del lienzo mientras se está pintando? ¿Cómo se percibe al viandante resguardado cuando uno se encuentra calado hasta los huesos? Preguntas y planos vertebrados por un montaje preciosista que crea una coreografría barroca, abocada al exceso, como las vidas de los personajes. Lamentablemente, aunque tan sólo hacia el final, cierta espiritualidad algo tradicional aparece disfrazada de destino, mientras las elecciones musicales se vuelven redundantes y una interesantísima estética de la grotesquidad deviene en un ingenuo realismo mágico. Aún así, una potentísima defensa de la imaginación, del truco barroco y del ilusionismo perdura hasta el final, que por supuesto es tan sólo y nada menos que un comienzo.